Era 24 de Diciembre. Jorge Gres volvía por la tarde a casa donde se sabía esperado. Su mujer estaría disfrutando mientras preparaba la cena y colocaba en la mesa la cubertería cara y sus hijos andarían revueltos preguntándose si de nuevo iban a tener que esperar hasta el día siguiente para abrir los regalos. La reunión con el comité de accionistas había sido especialmente agradable. Eran innumerables las enhorabuenas recibidas por la gestión del año a cerrar y por el ascendente ángulo en el que la curva de beneficios se había acomodado. Conducía deprisa porque antes de llegar a casa tenía que pasarse por el bar de la urbanización donde había quedado con unos amigos para hablar de una escapada que solían hacer en nochevieja junto a sus familias. Cuando la vieja se cruzó en la carretera Jorge Gres tuvo que pegar un frenazo. Ya con el coche parado le dio a la bocina con todas sus fuerzas y la mantuvo pulsada durante varios segundos.
La anciana se acercó a la puerta de copiloto y la abrió. Jorge Gres dio un respingo sin entender por que el cierre automático no había funcionado. La anciana se sentó sin que él, con el cinturón puesto, fuera capaz de evitarlo. Una vez sentada toda la escena se paralizó, los transeúntes quedaron congelados, las manecillas simuladas del reloj digital del coche dejaron de moverse y la suave voz de la anciana se elevó sobre el silencio:
– Mi nombre es Clara. Observa lo que te voy a mostrar.
El coche comenzó a moverse sin que nadie tocara los pedales ni el volante. Jorge Gres, al que se le habían quedado en la garganta unas cuantas quejas y preguntas, tenía los ojos como platos. La anciana volvió a hablar:
– La única diferencia entre la realidad y el presente que vas a ver es que en este tú nunca has existido.
En la primera parada Jorge Gres vio como su mujer disfrutaba en la cama de otro hombre mientras unos restos de comida china traída por un repartidor permanecían sin acabar en la mesa de la cocina. En otra habitación se acostaban entre risas sus hijos mirando una última vez antes de meterse bajo las sabanas los regalos que habían preparado para sus padres. Poco después el coche extrañamente manejado por la anciana se acercó al bar de la urbanización. Allí estaban sus amigos planeando la escapada navideña exactamente igual como recordaba que había pasado un momento atrás, pero sin su presencia.
– Y ahora volvamos de nuevo al presente donde tú existes.
Las siguientes paradas fueron en numerosos pisos donde caras que le sonaban remotamente intentaban a duras penas emular las navidades de los anuncios. Algunos niños enfadados soportaban estoicamente como sus padres se excusaban en lo mal que estaba el trabajo. Otros no lograban ser tan estoicos.
De repente Jorge Gres se vio de nuevo en el sitio donde había pegado el frenazo. La vieja ya no estaba a su lado y tras una breve inspección comprobó que tampoco estaba fuera del coche. Aun así Jorge Gres permaneció inmutable durante varios minutos hasta que extrañado miró hacia abajo de donde parecía venir un ruido de guitarras.
Clara, rodeada de fuego, sonreía mientras sonaba Back in Black en honor de su nuevo rabo con punta de flecha y de sus cuernos recién ganados.