Archive for the ‘Viejas cartas’ Category

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Trampas de supervivencia

15 julio 2011

– ¿Se puede decir “morí”? No me suena bien, ¿Tal vez mejor “fallecí”?

– Se puede decir, pero es siempre mentira.

– Lo escribiré. No será mentira cuando tú lo leas.

– Pero era mentira cuando tú lo escribiste.

– Eso es insignificante. ¿No es cierto que será una verdad durante mucho tiempo, mucho más de lo poco que va a aguantar siendo mentira?

– Visto asi…

– Pues eso. Morí.

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Un segundo

15 junio 2011

Los dos puntos rojos del despertador parpadeaban hace un momento. Estoy seguro de ello. Pero, ¿cuanto tiempo es hace un momento? ¿está siendo excesivo? Ahora, en la oscuridad, solo veo los cuatro dígitos invariables y me preocupa. No sé si todo se ha acabado y me he llevado al infierno la última foto fija que se grabó en la retina de mis ojos vivos, o si esto sólo es una especie de pausa y fuera de esta habitación también todo está como congelado hasta que de un momento a otro aparezcan de nuevo ambos puntos rojos en un nuevo parpadeo y en breve fuercen un cambio en los dígitos y con suerte yo estaré vivo.

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Mayor de edad

8 junio 2011

Mi hijo, Gaspar, tiene 72 años. Imaginaos en que posición me deja eso. Desde que se jubiló viene a visitarme de vez en cuando. Muy a menudo más que de vez en cuando. Tanto que le he tenido que dar unas llaves para no tener que levantarme cada vez que se aburre y pasa por aquí. Oigo la puerta metálica de la calle cerrándose y 22 escalones después, hasta cinco largos minutos he medido en ocasiones, escucho tintinear las llaves en el rellano de mi piso. Después de abrir el portal se las tiene que meter de nuevo en el bolsillo porque la única mano que tiene la necesita para apoyarse en la barandilla. La otra mano la perdió hace un par de años cuando se compró un bastón al que lleva soldados los dedos. Vamos que sube a cuatro patas como los perros. Pero sube.

Otros con esa edad están tan bien… pero mi hijo ha envejecido fatal. Muy rápido quiero decir. Entra por fin en mi casa y sin decir esta boca es mía comienza a reducir trabajosamente la distancia que lo separa del sillón en el que siempre se sienta. Una vez alcanzada la ansiada baldosa, la que está a los pies del mencionado sillón, se gira 180 grados. Y no creáis que es como un tornado. Lo hace a base de pequeños pasitos hasta que consigue colocarse de espaldas a su destino. Se detiene un segundo para cerciorarse de que tiene la posición adecuada e inicia su caída. Esta, si los cálculos han sido correctos, acaba con un sonoro suspiro y con mi hijo por fin sentado. Es deprimente, no digáis que no, que ese hombre del que estoy hablando esté visitando a su padre. A su anciano padre. A mi.

Sus hijos, mis nietos, volaron del nido hace tiempo. Imagino que él de vez en cuando habla con ellos. No le pregunto por si acaso no fuera así. Me gustaría verlos, seguro que ellos suben los 22 escalones en cuatro saltos. O quizá en ocho. Que tampoco deben ser hoy los niños que eran cuando sí los veía. No tengo ni idea de si hay por ahí alguna especie animal en la que los abuelos cuiden a los nietos como hacemos nosotros los humanos. Pero tampoco es que yo sepa mucho de esas cosas. No tengo ni idea de por qué cuento todo esto. Ya digo que hay algo que no me cuadra. Y hablo porque enarcar las cejas durante años parece no ser suficiente para que las cosas empiecen a cuadrar. Vale que hablando probablemente tampoco, pero a ver si cae del cielo un iluminado, me oye y decide montar delante mío el rompecabezas.

Paso la tarde escuchando a mi hijo hablar sobre quien se ha encontrado por la mañana en la sala de espera del médico, su segunda vivienda. A mi hijo. ¿Me comprendéis? No le perdono que sea viejo. Y sin embargo es a ese hombre al que le tengo que recordar cuando viene que no se olvide de mirar el buzón. Por si hubiera algo para mi. Yo no puedo bajar las escaleras. Ni a cuatro patas. Algo para mi en el buzón. Otro crédito instantáneo. Otra felicitación anual de la óptica por mi cumpleaños. Le hacemos una graduación gratis. Otra cosa os diría yo que me hicierais.

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Otro hombre

9 febrero 2011

Mañana sería otro hombre. El hombre que a él le gustaría ser. Marcelo lo decidió en un instante de inspiración, una bombilla encendida de repente que arrojó luz sobre lo que en medio de las sombras parecía problema de los demás, pero que bien visto era problema suyo. Esta vez no se tuvo que comer la frustración al comprobar que no le escuchaban cuando hablaba, esta vez la rabia dio sus frutos y Marcelo calló en seco, se dio media vuelta sin arrojar excusas a un probable vacío y comenzó a andar hacia su casa mientras rumiaba la idea con la que se había encontrado.

Al día siguiente Marcelo no solo se despertó muy temprano sino que además se levantó ipso facto. Tomó algo de fruta y se fue a correr media hora por el parque. Luego se duchó, desayunó leyendo el periódico, se puso ropa elegante pero informal y se dirigió al trabajo. Allí se mostró sereno y confiado, habló poco, lo necesario y sin balbucear, frases con comienzo y final. Sentado en una buena postura delante del ordenador se propuso una serie de tareas para la mañana y disfrutó con los pequeños avances que lograba. Y cuando se atascaba no se venía abajo sino que buscaba soluciones o alternativas. Comió pescado y cogió la tarde libre para visitar a su madre. Su jefe, por supuesto, no tuvo nada que objetar ante alguien con semejante asertividad. Pero si no hubiera sido así, Marcelo lo hubiera acatado y valoraría el hecho como información, sería como un as en su manga. Con su madre estuvo atento y cariñoso. Nada de contar los minutos. Al salir fue a una galería donde se celebraba una exposición que había llamado su atención en el periódico, miró los cuadros con interés, hizo alguna pregunta y con ello abrió la posibilidad de conectar con alguien con quien luego cenar y charlar sobre algo interesante. No surgió pero lo asumió con indiferencia. Poco más tarde llegó a casa, cenó ligero y se acostó con un libro en las manos mientras repasaba mentalmente el día con las buenas sensaciones inherentes a quien había sido, alguien a quien le gustaría parecerse.

Horas después, cuando sonó de nuevo el despertador, Marcelo metió la cabeza bajo la almohada y empezó a pensar en una excusa para no ir a trabajar. Sin embargo se volvió a dormir antes de dar con alguna.

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El rompeolas

5 febrero 2011

Mi hijo murió hace dos semanas. Tenía 52 años. 52 años que ha dejado aquí abandonados para que yo los pueda repasar uno a uno. Él se ha ido como en un truco de magia, tirando una bomba de humo, y cuando se podía ver de nuevo el escenario allí estaban tirados sobre las tablas. 52 años. Uno a uno. Los recuerdo uno a uno.

Eligió una muerte rápida. No entraré en detalles pero eligió una muerte rápida. Igual que yo he elegido una lenta. Yo llevo 20 años con bastón y a él no le ha llegado a doler una articulación. Menudo cabronazo. Lo sabía desde el principio el cabronazo. Desde que empezó a hablar. Recuerdo que al poco de aprender a montar en bicicleta tuvo una caída terrible, se hizo una herida enorme en el brazo y cuando días después fui a quitarle el esparadrapo le pregunté si despacio o rápido. Él me miró extrañado, ¿Quién puede preferir despacio?, eso se preguntaba, estoy seguro, y aun no levantaba un palmo del suelo el muy cabrón, Del tirón papá, del tirón, decía…

Ay Dios mío, Fernando, como te echo de menos…

 

Si solo…

 

No sé, sólo hablar una vez a la semana y que me cuentes con prisas en que andas…

 

Ayer…

Ayer repasando fotos antiguas me encontré con una que debe ser anterior a que Fernándo naciera. Creo que es una postal que me regalo Julia, mi mujer, su madre, cuando éramos novios. Ella murió en el parto. El caso es que reconocí la zona que sale en ese amanecer, un rompeolas que hay algo después de acabar el paseo marítimo. Esta mañana he ido a andar por allí, si a lo que yo hago se le puede llamar andar. Las olas seguían reventando sobre las rocas y el agua resbalando por sus grietas de vuelta al mar. Incansablemente. Por las mismas grietas una y otra vez. ¿Cuántas veces desde entonces? ¿Cuantas millones de veces el agua ha resbalado por esas grietas desde que nació Fernando? Da igual. Si me fijo en una roca concreta no logro hallar ni una pequeña diferencia en su forma actual con respecto a la foto. Hablan de la fuerza del agua, pero es mentira. Lo que tiene fuerza es el tiempo. Da igual que sea agua, el aire de mis pulmones o las pisadas del insecto más pequeño. Lo único que hace falta para cambiar algo, o incluso para hacerlo desaparecer, es tiempo. Y para esa roca no ha pasado ni un segundo. Ni un puto segundo. Tengo que volverme a fijar. Tiene que haber alguna diferencia. Sería injusto que no la hubiera.

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Trenes

29 diciembre 2010

− Manolo tengo una metáfora que explica lo que me pasa. La leí ayer. Debe ser que es bastante común.

Manolo no escucha nada, y no sólo por la lápida que sella el nicho en el que está, sino porque perdió el oído hace un mes, nada más morir.

− ¿Recuerdas que decíamos que habíamos logrado parar el tiempo? Pues no era así. Era únicamente nuestra perfección. No, espera, esa no era la palabra. ¡Percepción! Eso es. Nuestra percepción. Te explico. Aquí viene la metáfora. Imagíname en un tren que va a toda velocidad y que al mirar por la ventanilla lo que veo es a ti mirándome por la ventanilla de un tren que va junto al mío y a la misma velocidad. Por eso todo nos parecía como congelado, pero no era así Manolo, los trenes iban muy rápido, y ahora que tu tren no está, desde mi ventanilla no veo más que paisajes desaparecer, y sé que en realidad siempre fue así, los paisajes siempre estuvieron apareciendo y desapareciendo. Desde el principio. Y nosotros no los veíamos. Pero no te deprimas Manolo, no me tengas envidia, ahora soy consciente del paso del tiempo pero entiendo más bien poco de lo que veo. Supongo que ya es tarde. Ha sido mucho tiempo avanzando a ciegas como para ahora saber ubicarme. Y echo de menos tu tren. A ti en tu tren. Me parece todo tan fugaz…

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Oferta y demanda

30 noviembre 2010

El individuo A ha comprado la felicidad después de estar mucho tiempo buscándola. “No ha sido fácil” dice siempre que habla con alguien. Supo ser perseverante y las pequeñas dudas que alguna vez le asaltaron no le hicieron desfallecer. Sabía lo que quería y estaba dispuesto a pagar cualquier precio. Ahora, con la felicidad en las manos, se sentía como si acabara de conseguir un barco pirata de Playmobil en víspera de reyes después de escuchar durante un mes en multitud de tiendas que ya no encontraría ninguno. “¡Como soy!” va pensando.

El individuo B se ha cruzado con una oferta de felicidad a buen precio y ha comprado cuarto y mitad. Mira una y otra vez la lista de ingredientes sin que le acaben de convencer las bondades del producto. Tampoco encuentra la fecha de caducidad pero admite que el precio es de risa. “Mal no me va a hacer” piensa mientras se ve con ella en las manos. Sin embargo poco después se siente como a la salida de un supermercado con cuatro bolsas de plástico repletas de productos en sus manos cuando él había salido de casa solo a por huevos. “Todo un borrego” se dice.

El individuo A todavía no lee a Bucay pero cuando lo haga sabrá que en realidad siempre fue feliz.

El individuo B lee de vez en cuando a Pessoa y en el fondo sabe que nunca será feliz.

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Cruce de caminos

26 octubre 2010

La vieja, con abrigo largo y un perro pequeño tomado en su brazo izquierdo, aparece mientras descorre la cortinilla del fotomatón. Al salir va diciéndole algo tiernamente al perro. Después parece quedarse en silencio mientras espera que las fotos se impriman.

Yo sigo mi camino evitando que me vea mirarla y al llegar a casa cuento la anécdota durante la cena. Al principio nos reímos pero acabamos hablando de la soledad, de la familia, de la vejez. Al final recuperamos la estampa para poder acabar riendo de nuevo.

La vieja sigue su camino y llega a la clínica veterinaria donde al perro le ponen una inyección letal que acabará con los dolores del animal. La enfermedad terminal ya le impedía incluso andar. La vieja sale sola de la clínica y al llegar a casa esconde la tira de fotos en el fondo de un cajón. Cuenta brevemente a su familia como ha sido la cosa y se dirige a la cama sin cenar y con miedo de no poder apartar de su cabeza la imagen del perro en aquella mesa metálica.

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Que bello es vivir

18 octubre 2010

Era 24 de Diciembre. Jorge Gres volvía por la tarde a casa donde se sabía esperado. Su mujer estaría disfrutando mientras preparaba la cena y colocaba en la mesa la cubertería cara y sus hijos andarían revueltos preguntándose si de nuevo iban a tener que esperar hasta el día siguiente para abrir los regalos. La reunión con el comité de accionistas había sido especialmente agradable. Eran innumerables las enhorabuenas recibidas por la gestión del año a cerrar y por el ascendente ángulo en el que la curva de beneficios se había acomodado. Conducía deprisa porque antes de llegar a casa tenía que pasarse por el bar de la urbanización donde había quedado con unos amigos para hablar de una escapada que solían hacer en nochevieja junto a sus familias. Cuando la vieja se cruzó en la carretera Jorge Gres tuvo que pegar un frenazo. Ya con el coche parado le dio a la bocina con todas sus fuerzas y la mantuvo pulsada durante varios segundos.

La anciana se acercó a la puerta de copiloto y la abrió. Jorge Gres dio un respingo sin entender por que el cierre automático no había funcionado. La anciana se sentó sin que él, con el cinturón puesto, fuera capaz de evitarlo. Una vez sentada toda la escena se paralizó, los transeúntes quedaron congelados, las manecillas simuladas del reloj digital del coche dejaron de moverse y la suave voz de la anciana se elevó sobre el silencio:

– Mi nombre es Clara. Observa lo que te voy a mostrar.

El coche comenzó a moverse sin que nadie tocara los pedales ni el volante. Jorge Gres, al que se le habían quedado en la garganta unas cuantas quejas y preguntas, tenía los ojos como platos. La anciana volvió a hablar:

– La única diferencia entre la realidad y el presente que vas a ver es que en este tú nunca has existido.

En la primera parada Jorge Gres vio como su mujer disfrutaba en la cama de otro hombre mientras unos restos de comida china traída por un repartidor permanecían sin acabar en la mesa de la cocina. En otra habitación se acostaban entre risas sus hijos mirando una última vez antes de meterse bajo las sabanas los regalos que habían preparado para sus padres. Poco después el coche extrañamente manejado por la anciana se acercó al bar de la urbanización. Allí estaban sus amigos planeando la escapada navideña exactamente igual como recordaba que había pasado un momento atrás, pero sin su presencia.

– Y ahora volvamos de nuevo al presente donde tú existes.

Las siguientes paradas fueron en numerosos pisos donde caras que le sonaban remotamente intentaban a duras penas emular las navidades de los anuncios. Algunos niños enfadados soportaban estoicamente como sus padres se excusaban en lo mal que estaba el trabajo. Otros no lograban ser tan estoicos.

De repente Jorge Gres se vio de nuevo en el sitio donde había pegado el frenazo. La vieja ya no estaba a su lado y tras una breve inspección comprobó que tampoco estaba fuera del coche. Aun así Jorge Gres permaneció inmutable durante varios minutos hasta que extrañado miró hacia abajo de donde parecía venir un ruido de guitarras.

Clara, rodeada de fuego, sonreía mientras sonaba Back in Black en honor de su nuevo rabo con punta de flecha y de sus cuernos recién ganados.

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Fuera de su tiempo

11 octubre 2010

Julio dio por finalizada su vida hasta entonces. A mi nada me ha contado de ella por más que alguna vez le he preguntado. Dice que es la vida de otra persona y que no le gusta hablar de otra gente.

El caso es que se vio ante la disyuntiva de elegir quien ser a partir de ese momento. Mientras abría el catálogo de personalidades pensaba que lo coherente sería optar por alguien a quien él mismo admirara. De primeras podría haber elegido ser un “héroe de hoy en día” (así venía encabezada una de las páginas mas gastadas del catálogo), un joven bien formado y hecho a si mismo, concienciado nivel 2 (separo plásticos, orgánica, papel, vidrio, aceite usado y pilas), con un innegable atractivo físico, buena gente pero no tonto, inteligente, seguro de si mismo y dotado de un gran sentido de humor que le permita poder reírse de todo.

A punto estaba Julio de no encontrar razones para seguir buscando cuando cayó en la cuenta de algo que le chirriaba. Tal vez era un capricho pero el prefería una característica ausente en esa personalidad. Fue al índice del catálogo y buscó entradas de héroes con la etiqueta “Fuera de su tiempo” (una nota al pie aclaraba que eran héroes de hoy en día de ediciones anteriores). ¿Rubio joven y voluntarioso, trabajador, enamoradísimo y bueno a más no poder? ¿moreno de mediana edad y un poco de vuelta de todo, con cigarro, descreído y gris pero con buen corazón en el fondo? ¿rebelde con causa al que no doman los palos de la vida? ¿triunfadora e independiente con un gran presupuesto en sus manos?

Julio cerró el catálogo con disgusto. Pensó que para él ese “Fuera de su tiempo” que tanto le atraía era más bien “Por delante de su tiempo”. Eso, por definición, no lo iba a encontrar en ningún catálogo. Tenía que hacerlo él mismo. Pero a la vez debía evitar que quien era en ese momento, ese producto de su tiempo que aprueba con la cabeza mientras lee la página más gastada del catálogo, definiese quien iba a ser. Sólo se le ocurrió una posibilidad.

El azar. Era arriesgado, no tenía por que conseguir su objetivo, pero le pareció que era la única manera que no garantizaba el fracaso en su empresa. Relleno papelitos con rasgos de personalidad y llevó a cabo un sorteo. He de confesar que ante mi incredulidad Julio siempre ha afirmado que le costó muy poco trabajo ser quien es ahora. Y no sé… a mi caerme me cae bien. Pero la verdad es que lo de héroe, lo de hombre fuera de su tiempo, no lo acabo de ver. Yo creo que es un tipo normal. Aunque una historia que contar sí que tiene. Y puede que dos si se decide a hablar de otra gente.